(del Cap.5 de "El Buda en Tu Espejo" de W.Hochswender, G.Martin, T.Morino)
Amar a la gente y apreciar a la humanidad de manera abstracta es relativamente fácil. Sentir compasión por individuos concretos, amar a un solo ser humano, es mucho más difícil. Muchos hemos oído historias de individuos que apoyan causas sociales meritorias, quizás financiando organizaciones filantrópicas e incluso grupos sociales activos, mientras que en sus vidas privadas se caracterizan por la insensibilidad e incluso la crueldad con aquéllas personas más cercanas a ellos: Sin embargo, la misericordia por la humanidad en las enseñanzas budistas no es un simple idealismo: es algo por lo que nos esforzamos día a día.
Hemos dicho que la naturaleza de Buda vive en cada individuo y que la felicidad de cada uno radica en construir una personalidad interior sólida. Aunque el budismo es una poderosa herramienta para construir la fuerza interior, no se trata de una actividad solitaria. En cambio, la enseñanza budista demuestra que la interacción compasiva con los demás es el modo más satisfactorio de vivir en sociedad y, de hecho, es prácticamente un requisito previo a la iluminación.
Una persona sensata trata de llenarse de energía y sacar lo mejor de los demás. El humanismo del Sutra del Loto, la principal enseñanza para esta época moderna, se reduce a apreciar al individuo. Una persona que se encuentra en el estado de la budeidad respeta la individualidad de los demás, y desea que manifiesten también sus virtudes peculiares. El objetivo de la iluminación universal que propugna el budismo empieza, por lo tanto, con la apreciación de uno mismo, luego de los individuos que nos rodean y, por último, se amplía a todas las personas. En este capítulo se explica el modo de cultivar esta actitud y desarrollar relaciones satisfactorias.
Una cosa es cierta: todo el mundo mantiene relaciones. Hasta quienes llevan una vida monástica interactúan con otros monjes. Las relaciones de diversos tipos son una parte inevitable de la vida humana, más aún para la gente que vive la realidad diaria de la familia, las asociaciones y el trabajo. Pero más allá de todo esto, el deseo de compañía está fuertemente arraigado. Al buscar la felicidad personal, los seres humanos se guían por la búsqueda de relaciones duraderas que les llenen, especialmente las íntimas.
El tener relaciones satisfactorias e imperecederas contribuye en gran medida a la felicidad. Pero lamentablemente, las relaciones —ya sea con la familia, los amigos o los compañeros de trabajo— pueden ser, con demasiada frecuencia, una fuente de sufrimiento y dolor más que de alegría y satisfacción. O las relaciones que en un momento fueron satisfactorias no duran. Si hay tanta gente sincera y bienintencionada que emplea tanto esfuerzo y energía en buscar y cultivar relaciones, ¿por qué fracasan tantas?
Fracasan porque no tenemos la suficiente sabiduría para hacer que funcionen. Muchas veces, las entablamos por razones que no son propicias para que sobrevivan.
Todo depende de ti
El hecho de experimentar una relación de un modo positivo o negativo depende de ti —de tus propias creencias y actitudes. Al principio puede resultar difícil aceptar esta idea. Pero para desarrollar unas buenas relaciones primero debes aceptar toda la responsabilidad de tu vida y el papel que desempeñas en estas relaciones.
“Es difícil volar como un águila cuando estás rodeado de pavos”, reza una conocida pegatina de parachoques. El budismo enseña que el entorno de cada uno refleja su estado vital. Sugiere que si estás rodeado de pavos, es muy posible que en lugar de un águila pienses que, en realidad, eres un pavo. Y, por extensión, tu entorno es una granja de pavos. Ahora bien, el problema no es que los pavos que te rodean te impidan volar, sino que tú debes transformarte en el águila que deseas ser.
Como cada uno de nosotros es, al nivel más básico, un Buda, no tenemos ningún problema. No somos impuros ni estamos viciados. Lo que está viciado es nuestra mente, que no está iluminada. Pero no significa que la víctima tenga la culpa. Evidentemente, hay gente que se porta mal, haciéndote sufrir a ti o a otros. Sin embargo, no somos responsables del comportamiento de los demás, sino sólo de nosotros mismos. Cuando entiendas esto, te darás cuenta de que esta idea resulta liberadora: Como controlamos las elecciones que hacemos en nuestra propia vida, tenemos capacidad para hacer algo con aquellas relaciones que no nos llenan.
Nichiren enseñaba que el sufrimiento surge por “buscar fuera de nosotros” la causa o la solución a los problemas. El hecho de que seas tú quien sufre significa que es tu problema, y tú y nadie más que tú eres quien debe solucionarlo. Si esperas que otros cambien, puedes esperar mucho tiempo. Y sin embargo la gente hace extraordinarios esfuerzos por modificar el comportamiento de los demás para hacer que funcionen las relaciones. Pero al final esto es tan inútil como limpiar el espejo para limpiarte la cara. El espejo seguirá reflejando la misma imagen.
Mediante la práctica budista, empezamos a vernos mejor, quizás por primera vez en nuestra vida, con todos nuestros puntos débiles y fuertes. Día tras día, alcanzamos una comprensión cada vez más lúcida (aunque son muy comunes los momentos fugaces de auto comprensión repentinos e intensos) de que las relaciones que hemos entablado son el reflejo de nuestro propio estado vital. Es entonces cuando podemos embarcarnos en el proceso uniforme y duradero de desarrollar nuestra sabiduría y nuestra capacidad como seres humanos.
La clave para transformar las relaciones se basa en el proceso de transformarnos nosotros mismos. Como la única persona cuyo comportamiento controlas eres tú mismo, utiliza ese poder al máximo. Trabaja de dentro hacia fuera.
El budismo enseña que el origen de las actitudes o creencias falsas sobre uno mismo y los demás, que llevan a la miseria y el sufrimiento, puede encontrarse en los “tres venenos”: la avaricia, la ira y la insensatez.Concretamente, la ira, el veneno formado a partes iguales por arrogancia y egocentrismo, destruye las relaciones. El veneno de la ira provoca inevitablemente discusiones y conflictos entre la gente, ya sean individuos, grupos o naciones. La guerra tiene sus raíces en el veneno de la ira.
El budismo llama al yo envenenado, al egoísta arrogante y preocupado por sí mismo que todos llevamos dentro, el yo inferior. El propósito fundamental de la práctica budista es manifestar un yo superior o verdadero. La comprensión del propósito de las relaciones y la purificación personal de los tres venenos van de la mano.
La relación perfecta: Dos personas independientes que se unen
Un profesor budista explicaba una vez que existen tres fases en el desarrollo del carácter de los seres humanos: dependiente, independiente y contributiva. Por desgracia, la mayoría de las personas desconocen por completo el tercer estado vital, el contributivo (o interdependiente). Para ellos, sólo hay dos opciones, independencia o dependencia.
La independencia, el yo autónomo, puede ser un estado feliz porque tenemos el control, una condición necesaria para la felicidad. El yo fuerte y seguro, sin embargo, puede volverse arrogante y aislarse fácilmente. Ahora bien, la arrogancia y el compañerismo no casan bien. De hecho, es muy posible que una persona arrogante sea incapaz de mantener relaciones satisfactorias. Al contrario, estas relaciones terminarán casi siempre en conflictos y disputas.
Para la mayoría, la alternativa son las relaciones dependientes (o codependientes). La gente ofrece respeto y amor pero no lo hace de un modo libre: están llenos de ataduras. Se trata de un enfoque interesado. “Te amaré mientras me des lo que necesito”.
La vida con este tipo de relación sólo puede ser una veleta, con altibajos que te llevan del estímulo desenfrenado a la desesperación. Esto se debe a que tu felicidad depende del comportamiento de otra persona, de que evalúe si merece la pena amarte.
En cualquier situación, la felicidad no puede lograrse sin cierta sensación de control. El depender de otro para que valore si merece la pena amarte le da control a esa persona sobre tus emociones y autoestima. Hemos abandonado nuestra capacidad.
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