lunes, 8 de octubre de 2012
Yogananda afirma en sus libros que para alcanzar y experimentar el estado de samādhi se necesita el cese absoluto de todo movimiento y actividad del cuerpo, parándose la respiración, la actividad cerebral, y el metabolismo. Solo así se produciría la desconexión total con el mundo exterior y con lo que nos ata al mismo, el cuerpo.
Dice que el cuerpo limita y ata nuestra consciencia y concentración, las cuales parecen estar unidas de forma inseparable, además de continua y estrecha, con el primero a través de los cinco sentidos y los procesos corporales inconscientes. En este estado de samādhi la consciencia quedaría libre de dichas ataduras.
El proceso consiste primero en desconectar progresivamente el cuerpo y la mente del mundo exterior mediante la práctica diaria y constante de las técnicas, reveladas e impartidas por un maestro.
Yogananda llama a este estado corporal del samādhi «animación suspendida», una especie de estado intermedio entre la vida y la muerte, en que el cuerpo estaría totalmente dormido, parado o «muerto», pero la consciencia seguiría totalmente despierta. Sin la limitación del cuerpo, la consciencia podría expandirse sin fin en la experiencia de una especie de «muerte temporal reversible», de la que se podría volver a la consciencia normal del mundo exterior, primero involuntariamente y posteriormente, tras larga práctica, voluntariamente.
En una primera etapa, la experiencia viene y se va independientemente de la voluntad del practicante (savikalpa samādhi), pero tras muchos años de práctica adicional se consigue llegar al control voluntario del trance o experiencia y entrar y salir del mismo a voluntad (nirbikalpa samādhi).
Según las propias descripciones de Yogananda y otros respetados yogis, algunas técnicas se basan en la observación y control de la respiración, estrechamente conectada con los procesos mentales. Respiramos más rápidamente bajo emociones negativas y más lentamente cuando sentimos paz, de forma natural. La sistematización de la respiración constituye en yoga una rama especializada llamada pranayama. La iniciación de las diversas corrientes suele incluir técnicas de pranayama.
Yogananda recomienda practicar estas técnicas al menos dos horas diarias y 5 horas los domingos.
En esta primera y a menudo larga etapa no se tienen visiones ni trances, sino solamente relajación y paz, una vez que se tiene la costumbre de meditar a diario. Muchos abandonan al no tener experiencias espectaculares, que Yogananda dice que no deben ser la principal motivación para meditar con estas palabras: "El camino de la meditación no es un circo espiritual". La motivación debe ser el deseo de conocer a Dios y de servirle a través del servicio al prójimo, que también contiene la divinidad en potencia, siendo esta su interpretación de "hechos a su imagen y semejanza".
Samādhí
En varias tradiciones religiosas y místicas del Extremo Oriente, se denomina samādhi a un estado de conciencia de ‘meditación’, ‘contemplación’ o ‘recogimiento’ en la que el meditante siente que trasciende las limitaciones fenoménicas y alcanza la unidad con el cosmos y con lo divino. El objetivo último de la práctica meditativa del yoga, en su octavo grado, es el logro del samādhi. El samādhi es un objetivo buscado tanto dentro del hinduismo como en el budismo.
El término Samādhi proviene del sánscrito sam o samyak: ‘completo’ y ādhi: ‘absorción’.
De acuerdo al grado y manera en que el que medita experimenta la superación de las barreras materiales, las fuentes suelen distinguir tres grados de samādhi:
Janija, en el que la fijación es pasajera y limitada;
Upachara, en el que la totalidad de los sentidos se absorben transitoriamente en el objeto; y
Appana, en la que la distinción entre sujeto y objeto se elimina por completo.
El resultado de esta última es el samapātti, la percepción de lo absoluto a través del control completo de la conciencia.
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