A esta altura deberíamos
haber aprendido
ciertas cosas esenciales.
A saber.
Que la infancia no es una edad
sino un juego para no pensar
siempre en la muerte.
Que nunca sabremos cuál es la frase
con la que se recordará nuestra vida.
Que mirar no es para juzgar
sino para acariciar.
Que una palabra y otra palabra
y otra palabra
no componen la verdad
sino una persistente duda.
Que la tierra gira,
que el amor la detiene
y la tristeza retrasa los días.
Que la presencia de una niña o de un niño
abre el relato de una historia interminable.
Que el mundo no es de nadie
y es de cualquiera.
Y que todo lo que arde,
grita y sueña
todavía está con vida
Carlos Skliar
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