Fotos carcomidas por el tiempo, que ayudan sin embargo a una siempre traidora memoria. Tendrán que disculpar una doble subjetividad: el engaño del amor y la fragilidad de los recuerdos de un pasado que, para casi todos ustedes, es desconocido. Quiero contarles, a mi modo, algunas anécdotas sobre la vida íntima de los Botana, una familia rioplatense odiada y amada hasta hoy. Les contaré la historia con la voz de mi marido, Jaime "Tito" Botana, uno de los tres hijos de Natalio Félix Botana, un uruguayo culto y genial que, con apenas 25 años y cinco mil pesos de la primera década del siglo pasado— ganados en una timba de amigos que se reunían en la entonces calle Cangallo— finació la creación de Crítica, que llegó a vender más de setecientos mil ejemplares diarios en sus cinco ediciones. Salió a la calle el 15 de septiembre de 1913, y revolucionó al periodismo latinoamericano.
Tito fue el segundo hijo de Botana y Salvadora Medina Onrubia, una mujer extraviada y extravagante, inclasificable, cuyas últimas palabras fueron:"Odio, odio, odio". Salvadora fue la Victoria Ocampo de los anarquistas, como Natalio lo fue de los exiliados republicanos españoles y de los indigentes que todos los días le escribían alrededor de quinientas cartas. Algunas de éstas todavía quedan, gracias a la prolijidad de Georgina Nicolasa "la China" Botana, tercera y única hija del fundador de Crítica. Casada con Raúl Damonte Taborda, tuvo cuatro hijos talentosos: uno de ellos fue Copi, muerto en 1986 en París, de Sida. Vive en París y tiene 83 años. En Madrid, en el café Gijón, me dijo: "No me quieras tanto que yo soy muy mala". Algo de cierto debe haber porque Natalio la había rebautizado "Dalila la Taimada", como el personaje de Las Mil y Una Noches.
Pero ahora quiero hablar de Salvadora, una pelirroja de belleza impresionante que nació en La Plata el 23 de marzo de 1894. Hija de "Brasitas de Fuego"— una ecuyere que bailaba sobre un tambor en un circo—, Salvadora fue madre soltera de un varón al que apodaban Pitón (se imaginarán por qué). Cuando tenía veintipico de años, Pitón se destrozó la cabeza con una pistola delante de su hermano Tito, que vio su camisa manchada de sangre y sesos. Nunca se supo si fue un suicidio o un accidente. Tampoco sabemos (en caso de que se haya suicidado) si lo hizo porque su madre le contó que él no era hijo de Natalio sino de un señor de buen apellido. Nunca fue fácil la relación entre Natalio y Salvadora. Apenas se conocieron se produjo una explosión de centelleante deseo. La convivencia, sin embargo, fue imposible. Natalio vivía en su inmensa quinta de Don Torcuato, con sus hijos y sus nueras, Ada "Piba" Escudero, mujer de Helvio "Poroto" Ildefonso— el hijo mayor, más disparato y querible de Botana—, y Eva, la bataclana que Tito había "retirado" del escenario del Tabarís. Eva era una mujer bellísima que finalmente abandonó a Tito por su primo, un malandra simpático. Decía Tito que Eva se fue de la casa dejándoles todas sus pertenencias, menos a Godiva, una perra que cuando murió Botana se puso a aullar mientras un retrato de Natalio caía al suelo. Contaba Tito que su padre, antes de viajar a Jujuy, donde murió en un accidente de auto, le entregó las acciones que cada uno de los hijos tenía en la empresa que editaba Crítica. "Viejo, no me des las de Poroto", protestó Tito. "Guardalas vos porque tu hermano las va a perder en un tranvía", le respondió Natalio. "Pero si Poroto no viaja nunca en tranvía...", dijo Tito. La respuesta de su padre fue :"¡ Se subirá a uno nada más que para poder perder las acciones!".
Fue la última vez que Tito, de 22 años, vio a Natalio. Nunca pudo superar su muerte. Cuando años más tarde se iniciaron las fratricidas peleas por el control del diario— usurpado al final por el gobierno de Perón—, Tito se retiró silenciosamente. Era un hombre preparado: había estudiado en Dean Academy— su compañero de cuarto era el dueño de Mitsubichi—, en la Universidad de Missouri, haciendo prácticas durante el día en las rotativas de Randolph Hearst, y cenando con el magante de la prensa mundial en Madison Square. Pero su repudio a todo poder y su voluntad de trovero nocturno, lo llevaron por otros derroteros. La muerte trágica de su padre cambió a Tito. Empezó a escribir cuentos naif, y se convirtió en un humorista mordaz. Sufrió un atentado frente a la puerta de su casa, en Rodríguez Peña y Alvear, que cometieron unos energúmenos de Tacuara, una organización nacionalista de ultraderecha. Tuvo, también, algunas satisfacciones: recibió el premio Fondo Nacional de las Artes en Teatro, y escribió muchísimos guiones para la televisión, y relatos entrañables en revistas de prestigio. Tito fue un gourmet excepcional, sólo superado por su hijo Santiago Marcelo, de 31 años, que vive en Madrid y milita en el anarquismo a través de su servidor autogestionario de Internet.
Pero de este Madrid del siglo XXI la memoria me lleva, otra vez, a un tiempo lejano, cuando el "viejo" Botana seducía mujeres, tomaba el mejor coñac, fumaba los más exquisitos habanos, y convocaba en su residencia de Don Torcuato a lo más granado de la intelectualidad. Entre las amantes de Botana, además de Salvadora, estuvieron la bailarina Josefine Baker, y algunas ilustres señoras argentinas. En el famoso mural que el mexicano David Siqueiros— tuvo ayudantes de lujo como Antonio Berni, Juan Carlos Castagnino y Lino Spilimbergo— pintó en el sótano de Don Torcuato, se reflejan, entre olas marinas, los risueños y adivinados cuerpos de las mujeres de la casa, propias y huéspedes, legales y "sin papeles".
En esas catorce manzanas que Botana compró al ex presidente e íntimo amigo, Marcelo Torcuato de Alvear, para construir "Los Naranjos" y los setsde los Estudios de Cine Baires, se ofrecían cenas de gala, servidas en vajillas de plata mexicana: aún queda una ponchera y una fuente. Allí estuvieron, entre otros, Federico García Lorca, Rafael Alberti, María Teresa León, Alcalá Zamora, Arturo Alessandri, que fue presidente de Chile, después de una agitada campaña electoral que en parte financió Botana. Alessandri lo retribuyó con su amistad y el obsequio de unas tallas de toromiro y un pescado rongo-rongo de la Isla de Pascua que aún se conservan.
El poeta granadino García Lorca debió estar tres meses enyesado porque, estando en lo alto de la torre de agua de la gran piscina, cayó por la escalera de caracol. Era una noche estrellada, y García Lorca, enamorado su espítitu e inflamado su cuerpo, se había distraído inventándoles bellos versos a un espigado jovencito. El otro andaluz, Rafael Alberti, junto a su mujer María Teresa, también gozaron de la generosidad de Botana. La pareja hacía colectas para los niños españoles exiliados en la Unión Soviética, después de la derrota de los republicanos por las fuerzas del franquismo. Según Tito, Alberti y María Teresa gastaban las contribuciones en vivir bien en la Argentina. Antes de que estallara la Guerra Civil española, Botana— que donaba fuertes sumas de dinero a la República—, viajó con su familia a Madrid, invitado de honor del presidente Manuel Azaña. Después estuvo con Miguel de Unamuno, en Salamanca, y fue recibido en el puerto de Vigo por toda la flota de pescadores que lo honraron poniéndole "Natalio Botana" y "Crítica" a dos callejuelas de la ciudad gallega.
Por la residencia de Don Torcuato también pasaron otros personajes, no menos ilustres pero más cuestionados, como el caudillo conservador bonaerense Alberto Barceló o el ex presidente radical Marcelo Torcuato de Alvear. Dicen que a Salvadora, Carlitos Gardel le cantaba en privado. Los Botana vivían como los millonarios finos y cultos que eran. Natalio era un lector fanático de Horacio, y su biblioteca estaba repleta de autores griegos y latinos.
Ya muerto Botana, y siendo Daniel Tinayre el director estrella de los Estudios Baires, Tito se encargaba de ordenar las cenas de etiqueta para todo el equipo de filmación. En una ocasión, Eva Duarte fue excluida del elenco por Tinayre. Al enterarse Tito, invitó personalmente a la que sería la primera— y única— gran dama argentina, y la sentó junto a él. Evita jamás olvidó este gesto, y cuando vivía con Perón en el departamento de la calle Posadas, Tito era un asiduo invitado de la pareja. Pero nunca aceptó los ofrecimientos para ejercer cargos públicos que le hizo el Presidente, que se desvivía por tener el apoyo de un diario popular como Crítica. Al final, se acabaron las charlas sobre Maquiavelo, autor de cabecera de Perón. Y el general hizo intervenir el diario por su ministro de Información, Raúl Apold, y despojó a la familia Botana del edificio de la Avenida de Mayo al 1300, del de Salta, de toda la maquinaria, y nunca se hizo cargo del lucro cesante de sus trabajadores. Pero ésta es otra historia. Decía Tito que su padre siempre le auguraba: Algún día este país será gobernado por militares anónimos y oscuros.
Si París era una fiesta durante entre guerras, como describe Hemingway, el Buenos Aires nocturno tuvo sus dos décadas gloriosas, que se alimentaron con los redactores de Crítica: poetas y escritores como Nicolás Olivares, los hermanos González Tuñón, Conrado Nalé Roxlo, Roberto Arlt, Carlos de la Púa, Jorge Luis Borges, Ulises Petit de Murat, los hermnaos Martínez Cuitiño, Arturo Mom, Carlos Fait... Muchos de ellos se reunían en el Café Tortoni, y después se iban a divertir al Tabarís, tomando champagne con éter junto a las bailarinas de las revistas porteñas. El periodista Alberto Rudni, ya fallecido, recordaba que Botana había conocido a su padre, ministro de Lenin, en una gélida estación de tren de la estepa rusa. El funcionario bolchevique recaló en Crítica como redactor especial. En 1941 murió Natalio Botana. Ahí terminó Crítica.
http://edant.clarin.com/suplementos/zona/2001/07/15/z-00615.htm
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