jueves, 7 de junio de 2018

AFRONTAR LA MUERTE


(del Cap.7 de "El Buda en Tu Espejo" de W.Hochswender, G.Martin, T.Morino)

Cuando pensamos en la visión budista de la muerte, enseguida pensamos en la reencarnación: en renacer como otra persona (esperamos que más rica o más guapa), o en convertirnos en un animal e incluso en un insecto, según lo virtuosos o viles que hayamos sido en la vida. Esta es una visión popular, pero es casi una versión del pensamiento budista propia de dibujos animados. Los seguidores de Nichiren, rara vez se sientan a hablar de sus vidas anteriores.
El budismo es razón, y la práctica del budismo no requiere grandes saltos de fe. Lógicamente, nadie puede saber lo que hay después de la muerte, porque nadie vuelve para contarlo. Así que el tema de la reencarnación se queda en el ámbito de lo místico: aquello que, con el estado actual de desarrollo del conocimiento humano y la ciencia, no puede entenderse o explicarse totalmente. Por lo tanto, es importante hacer hincapié en que no es necesario creer en la reencarnación para iniciar una práctica budista.
Aunque los detalles específicos del renacimiento, en qué forma y cuándo se produce, no pueden saberse en última instancia, el budismo destaca la importancia de tener una visión de conjunto: el descubrimiento de la eternidad de la vida dentro de uno mismo. En este budismo, el reto que presenta el tema de la muerte es encontrar la manera más valiosa de vivir.
Ya que al final todos moriremos, ¿para qué vivimos? Si hemos vivido antes, ¿por qué no podemos recordar nuestras vidas anteriores? Si la vida es eterna, ¿en qué forma seguiremos existiendo después de morir?
El budismo responde a estas preguntas importantes de un modo que, al menos, es capaz de borrar el miedo a la muerte y, quizás, incluso da la seguridad necesaria para afrontarla. El budismo empezó tratando la cuestión del sufrimiento humano. Sin embargo, el budismo no habla del sufrimiento para oscurecer nuestros corazones, sino que trata este aspecto difícil para iluminarnos. Los temas principales que abordó el Buda Shakyamuni eran los cuatro sufrimientos universales del nacimiento (es decir, la existencia diaria), la vejez, la enfermedad y la muerte. Ningún ser humano está exento de estas fuentes de sufrimiento. Puede decirse que los tres sufrimientos fundamentales están relacionados con el sufrimiento esencial de la muerte.
Tal como escribió Daisaku Ikeda “El hombre es el único ser consciente de su muerte mucho antes de morir, y el único que tiene el privilegio de vivir con esta conciencia. Todos los demás seres son igualmente mortales, pero llegan a la muerte solamente con una conciencia mínima de esta realidad. A este respecto, el hombre esta dotado con una prerrogativa especial para aprehender su propia muerte, y por eso, puede paralizarle con el miedo y la preocupación”.
Ningún ser vivo puede escapar a la muerte. La muerte puede extender una sombra oscura sobre el corazón humano, recordándonos muchas veces la naturaleza finita de la existencia. Por muy ilimitada que sea nuestra riqueza o nuestra fama, por muy imperecedero que sea nuestro amor o nuestras relaciones, la realidad de nuestro fallecimiento final puede menoscabar nuestra sensación de bienestar. El miedo a la muerte está fuertemente arraigado en muchas personas. Puede debilitar la base de nuestras vidas, provocar preocupaciones, sufrimiento y tormento. Al mismo tiempo, si la base de nuestras vidas es poco firme, pueden ponerse de manifiesto diversos problemas espirituales emocionales. He aquí un círculo vicioso en la mente y el corazón provocado por la aprensión a la muerte. Nichiren comprendió que nuestro miedo a la muerte afecta profundamente a nuestra salud y felicidad. Escribió: “Primero deberíamos aprender sobre el tema de la muerte y luego estudiar todas las demás cuestiones”.
Se dice que la búsqueda de la iluminación de Shakyamuni está motivada por un deseo de encontrar una solución a los cuatro sufrimientos fundamentales y, concretamente, por un deseo de superar el miedo a la muerte. Y fue el problema de la muerte, cómo afrontarla y trascenderla, lo que inspiró la creación de muchos otros sistemas religiosos y filosóficos.
La confrontación con la muerte se ha dado en llamar la madre de la filosofía. El existencialista alemán Martin Heidegger denominaba la existencia humana en sí un “ser para la muerte”, ya que el nombre lleva consigo el conocimiento de su fallecimiento inminente desde muy joven. De ahí el dicho budista según el cual “la causa de la muerte no es la enfermedad sino el nacimiento”. Puede parecer mejor no pensar en la muerte, salvo quizás al final de nuestras vidas. Ahora bien, gracias a los avances actuales de la medicina, el tiempo que pasa la gente luchando de frente contra la muerte se ha alargado considerablemente. La agonía y la incertidumbre se extienden durante meses e incluso años. Esto ha acarreado una reevaluación social de la muerte en términos médicos y éticos, con una repercusión social que va desde el movimiento de los hospicios hasta el debate sobre la eutanasia voluntaria. No obstante, debido a todos nuestros adelantos médicos, todavía no podemos saber cuándo empieza o termina la vida.
Gran parte de la incertidumbre y la inestabilidad que vemos en la sociedad contemporánea puede tener su origen en la incomprensión de la muerte. El sentimiento de que nuestras vidas son finitas —de que el momento de la muerte física significa, de un modo absolutamente irrevocable— El final de nuestra existencia, da lugar a un tipo de urgencia desesperada en la vida. Cuando sentimos que “sólo se vive una vez”, sentimos la tentación de entregarnos a todos los placeres y sensaciones en el tiempo limitado que nos queda. Tal como dice el refrán:
“Come, bebe y sé feliz, pues mañana morirás”. En la sociedad actual, tan falta de tiempo, se han inventado todos los artilugios y servicios imaginables para ahorrar preciosos segundos de tiempo para que podamos disfrutar de unos cuantos momentos más de “ocio” llenos de diversión. La cruda adicción al trabajo durante el día da paso a un hedonismo desatado después. No resulta sorprendente que la búsqueda del placer se haya convertido en una cualidad frenética y el impulso de adquirir riqueza material se haya convertido prácticamente en una obsesión. La vida se convierte demasiado a menudo en una carrera por el éxito. Pero cuando llega la muerte, pocas personas echan la vista atrás y dicen: “Debería haber pasado más tiempo en la oficina”.
Desde el punto de partida de una sociedad firmemente basada en el materialismo, la muerte es la negación final de todas nuestras posesiones materiales, así que la tememos excesivamente, al igual que tememos la pérdida de nuestras posesiones materiales durante nuestra vida. Como resultado, escapamos hacia el secularismo, sin hacer ningún intento por examinar la vida interior de la mente o la naturaleza, viviendo sólo el momento. ¿Qué es la muerte? ¿Qué es de nosotros cuando morimos? Si no pensamos en estas preguntas es como si pasásemos nuestra vida de estudiantes sin pensar en ningún momento qué hacer después de la graduación. Si no aceptamos la muerte, no podemos establecer un camino decidido en la vida. Persiguiendo esta cuestión damos una estabilidad real y profunda a nuestra vida.
¿Existe alguna visión de la muerte y lo que hay después que encierre una dimensión espiritual pero no contradiga las leyes científicas conocidas del universo? Sí que la hay. El budismo presenta una visión naturalista de la muerte, entendida como opuesta a la visión supernaturalista. Veamos a qué nos referimos.

La visión budista de la vida y la muerte
Para muchas personas, la muerte significa, simplemente, la ausencia de vida. En este sentido, la vida se percibe como todo lo que es bueno, aquello que implica plenitud y luz. La muerte se percibe como todo lo malo, aquello que connota vacío y oscuridad. Esta percepción negativa de la muerte ha influido en la existencia humana desde los albores de la historia. Pero ésta es una noción simplista e infantil de la realidad de la muerte, especialmente cuando tienes en cuenta la muerte como los ciclos de creación y extinción que rigen el mundo natural, e incluso el propio universo. Tal como hemos visto, el budismo enseña en forma concreta la relación íntima e inseparable entre el microcosmos del ser humano individual y el macrocosmos del universo. Todos los fenómenos universales están contenidos en un solo momento de la vida, en lo más profundo de nuestras vidas, y cada momento de la vida, vibra con el ritmo de todos los fenómenos del universo. Esta visión no se limita a los seguidores de Nichiren u otra escuela filosófica. En relación con esto, las palabras del poeta William Blake tocan un acorde budista.
Para ver un Mundo en un grano de arena,
Y un Cielo en una flor silvestre,
Agarra la Infinidad en la palma de tu mano,
Y la Eternidad en una hora.
Tener estas percepciones es verdaderamente vivir en el momento, por oposición a vivir para el momento. Es la diferencia entre lo material y lo eterno. El budismo ve nuestras vidas en el contexto del macrocosmos, la vida del universo, que ha existido durante toda la eternidad (o al menos desde un pasado lejano más allá de lo imaginable). Del mismo modo, nuestras vidas, que se funden con este universo, también han existido siempre de una forma u otra, siguiendo un ciclo interminable de nacimiento y muerte, decadencia y renovación, sometido a las leyes físicas de este universo. Según las enseñanzas del Buda, la vida, al igual que la energía, no puede crearse ni destruirse, y lo que parece la muerte es sencillamente el proceso de decadencia y renovación que lo rige todo. Así pues, la filosofía budista anticipa casi tres mil años las leyes de la conservación de la energía y la materia, que afirman que ni la energía ni la materia se pierden nunca, sino que cambian de forma. (Por ejemplo, la energía eléctrica que pasa por una bombilla se convierte en calor y luz.) Nichiren enseñaba que la vida y la muerte son aspectos alternativos de nuestra propia personalidad, tal como expresa la ley de Nam-myojo-rengue-kyo. Escribió:
Myo representa la muerte, y jo, la vida. Los seres vivos que atraviesan las dos fases de la vida y la muerte son las entidades de los Diez Mundos, o entidades de Myojo-rengue-kyo.... Ningún fenómeno —ni el cielo ni la tierra, ni el yin ni el yang, ni el sol ni la luna, ni los cinco planetas [en el siglo XIII sólo se habían descubierto Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno, Ed.], ni ninguno de los mundos, desde el infierno hasta la budeidad— están exentos de las dos fases de la vida y muerte. La vida y la muerte son sencillamente las dos funciones de Myojo-rengue-kyo.
Dicho de otro modo, todas las cosas que se manifiestan físicamente en la vida se recluyen en un estado de latencia tras su extinción o muerte. El budismo distingue entre la realidad física y el estado de latencia en el que la vida sigue existiendo oculta. Esta latencia, un estado que no es de existencia ni de inexistencia, puede resultar confuso para los occidentales. Para nosotros, algo existe o no. Pero pensemos en la flor de un cerezo en invierno. Aunque la flor no es visible, está ahí, aletargada, esperando a florecer cuando se den las condiciones necesarias (primavera). Lo mismo ocurre con nuestras vidas. Cuando el cuerpo físico se apaga, nuestras vidas entran en una nueva fase, un periodo de latencia, que va seguido del renacimiento. Tal como afirma Daisaku Ikeda:
Según la visión budista, la vida es eterna. Se cree que atraviesa sucesivas encarnaciones, así que la muerte no se considera tanto el cese de una existencia como el principio de una nueva. Para los budistas, el fenómeno de la trasmigración es obvio —tal como, de hecho, lo fue para los indios, que le dieron el nombre de samsara en sánscrito. El principio fundamental del budismo es que la vida es eterna y cada ser vivo está sometido a un ciclo continuo de nacimiento y muerte. Algunas de las averiguaciones de las investigaciones científicas recientes de los campos de la medicina y la parapsicología tienden a corroboran esta idea. Dichas investigaciones incluyen estudios de “experiencias cercanas a la muerte” y “experiencias de vidas pasadas”.
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La muerte es necesaria. Como morimos, podemos apreciar la maravilla de la vida. Podemos saborear la gran alegría de estar vivos. Nichiren comprendió el concepto profundo de la vida y la muerte tal como se expresa en el Sutra del Loto, según el cual tanto la vida como la muerte son partes inherentes a la vida humana. Señaló que la visión que tienen las personas de la vida y la muerte como fenómenos distintos lleva a dos tipos de creencias: la eternidad, que es la idea de que el alma existe para siempre, o la aniquilación, que es la idea de que no hay nada después de la muerte. Según las famosas palabras de Hamlet: “el resto es silencio”. Nichiren afirmaba que ambas perspectivas eran engañosas, porque ignoran que el ciclo de la vida y la muerte impregna el universo. Decía así:
Odiar la vida y la muerte y tratar de separarse de ellas es un engaño o una iluminación parcial. Percibir la vida y la muerte como fundamentales es iluminación o comprensión total. Ahora bien, cuando Nichiren y sus discípulos invocan Nam-myojo-rengue-kyo, saben que la vida y la muerte son componentes intrínsecos de la esencia fundamental. El ser y el no ser, el nacimiento y la muerte, la aparición y la desaparición, la existencia mundana y la extinción futura: todo esto son procesos esenciales y eternos.
Si comprendemos a fondo esta visión sofisticada, podremos avanzar hacia la iluminación y experimentar la muerte con dignidad. Pero sigue abierta una pregunta: si la vida sigue, ¿en qué forma continúa? Como la forma implica la apariencia y sustancia, y la enseñanza budista no sugiere que el yo físico sobreviva de algún modo y vuelva a nacer, se impone otro enfoque. Para entender totalmente la muerte desde una perspectiva budista, debemos hurgar en lo que se denomina “las nueve conciencias”.
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Tal como exige la ley de causa y efecto, morimos del modo que hemos vivido. En el momento de la muerte, las causas pasadas se nos muestran claramente en nuestra apariencia. En ese momento, no hay modo de ocultar la verdad de la vida que se ha vivido. Por lo tanto, para hablar de cuál es el modo ideal de morir hay que hablar del modo ideal de vivir. Llevamos a cabo nuestra práctica budista ahora para no tener que lamentarnos en nuestros lechos de muerte. El modo en que hagamos frente al momento de la muerte determina si hemos coronado nuestras vidas de satisfacción.
El budismo es una enseñanza que encuentra un valor absoluto en la vida de cada ser humano. En el budismo, una persona que ha alcanzado su plenitud totalmente es, en cierto modo, un Buda. Una persona que ha hecho todo lo posible para cumplir su misión en este mundo se denomina también un Buda. Ikeda escribió:
La muerte nos llegará a todos algún día. Podemos morir habiendo luchado mucho por nuestras creencias y convicciones, o podemos morir sin haberlo conseguido. Como, en cualquier caso, la realidad de la muerte es la misma, ¿no sería mucho mejor definir nuestro viaje hacía la próxima existencia animados, con una brillante sonrisa en la cara, sabiendo que todo lo que hicimos, lo hicimos lo mejor que pudimos, estremeciéndonos al pensar “Esta vida ha sido muy interesante”.

Así que, desde una perspectiva budista, nuestra capacidad para atravesar de un modo satisfactorio el proceso de la muerte depende de los constantes esfuerzos que hagamos durante la vida para acumular buenas causas, para contribuir a la felicidad de los demás, y para fortalecer la base de la bondad y la humanidad en lo más profundo de nuestras vidas. Habiendo vencido en la vida, podemos vencer en la muerte también. Así es como se utiliza la ley de causa y efecto para crear un valor supremo.
Podemos ver, por lo tanto, que la muerte es más que la ausencia de vida; que la muerte, junto con la vida activa, es necesaria para formar un todo mayor y más esencial. Este gran todo refleja la continuidad más profunda de la vida y la muerte que experimentamos como individuos y expresamos como cultura. Un reto fundamental para el nuevo siglo será establecer una cultura basada en entender la relación de la vida y la muerte, y de la eternidad esencial de la vida. Esta actitud no reniega de la muerte, sino que se enfrenta a ella directamente y la sitúa correctamente en el contexto mayor de la vida.
Es difícil morir feliz. Y como la muerte es el balance final de las cuentas de la vida de una persona, es cuando nuestro verdadero yo se pone de manifiesto. Practicamos el budismo para vivir felices y para morir felices. El budismo garantiza que quienes practiquen con sinceridad se acercarán a la muerte en un estado de plena satisfacción

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