por Fernando Casanova el 25/03/12
Otoño en la aldea
Por Fernando Casanova y Llaca
Marc Chagall cuenta en sus memorias “Una habitación cuadrada, vacía. En un rincón, una sola cama y yo encima. Oscurece. De repente, se abre el techo y un ser alado desciende con estrépito y rapidez, llenando la habitación de corrientes y nubes. Un crujido de alas que se arrastran. Pienso ¡ un ángel ¡ No puedo abrir los ojos, todo es deslumbrante, demasiado luminoso.” El relato parece sacado de un texto de Ricardo Toribio, y no sólo el relato, todo Chagall me recuerda tanto los trabajos de Toribio que en algunas ocasiones veía las lomas de San José de las Matas en las pinturas de Chagall.
Amantes
El museo Thyssen-Bornemisza y la Fundación Caja Madrid tienen en Madrid una exposición retrospectiva de ensueño. Más de ciento cincuenta obras del mítico Marc Chagall pueden ser disfrutadas, estudiadas y reverenciadas en un Madrid primaveral, con frío pero con sol, de una placidez inmensa.
Puse especial atención en ver si alguna de las mujeres que aparecen en la extraordinaria exposición iba con sombreros; pero no, si hay alguna es imperceptible e insignificante, así que lo de Silvio Rodríguez no era más que el típico bluf de cantautor progre. Aunque sí hay violinistas en los tejados.
En la exposición se siente la evolución y aparición de los grandes temas del bielorruso Chagall. Obras de más de 20 museos y colecciones privadas juntas en dos salas, todo un motivo para irse a Madrid por una semana a aclarar el espíritu cuando se está metido en la vorágine de campañas electorales.
Dice Chagall que “Todo artista tiene su patria, su ciudad natal, y aunque después influyan en él otros medios y otros ámbitos siempre estará marcado por un rasgo esencial, y el perfume de su patria vivirá en todo momento en sus obras” Es verdad, pero aún así hay una forma de entender la belleza, de expresar el amor, el odio o las vergüenzas que son universales, y esa forma es el arte. Porque dos pintores de lugares tan disímiles como Vitebsk en Bielorrusia, y otro en Santiago de los Caballeros parecen marcados por destinos comunes, pero sobre todo transmiten las mismas ideas y sentimientos a través de la pintura.
Mujer ¿con sombrero?
Las imágenes de Chagall están llenas de una exquisita inspiración poética. Según sus biógrafos Chagall nació en el seno de una familia judía el 7 de julio de 1887, en la ciudad bielorrusa de Vitebsk. Recibió educación artística en San Petersburgo, y en París, donde permaneció desde 1910 hasta 1914. Entre 1915 y 1917 vivió en San Petersburgo y, después de la revolución rusa, fue director de la Academia de Arte de Vitebsk de 1918 a 1919, así como director del Teatro Judío Estatal de Moscú de 1919 a 1922. Chagall pintó varios murales y llevó a cabo los decorados de numerosas producciones teatrales, así como ilustraciones de la Biblia y de textos literarios. En 1923 volvió a Francia, dónde pasó el resto de su vida, salvo un periodo, de 1941 a 1948, en el que vivió en los Estados Unidos de América. El uso singular de los colores y las formas en Chagall derivan en parte del expresionismo ruso; pero recibió una influencia decisiva del cubismo francés. Su estilo inicial se puede ver en el cuadro “Velas en la obscuridad” del que hizo algunas variaciones en otros trabajos.
Velas en la obscuridad
En sus obras son recurrentes las referencias a su niñez. Sus obras comunican felicidad y optimismo mediante intensos y vívidos colores. Péret dice que “Chagall gustaba de colocarse a sí mismo, a veces junto con su mujer, como observador del mundo, un mundo de colores visto a través de un vitral.” Y es que como dijo el mismo Chagal “El arte me parece, sobre todo, un estado del alma”.
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