martes, 10 de junio de 2025

Es una tarde mustia y desabrida
de un otoño sin frutos, en la tierra
estéril y raída
donde la sombra de un centauro yerra. 
Por un camino en la árida llanura, 
entre álamos marchitos, 
a solas con su sombra y su locura, 
va el loco hablando a gritos. 
Lejos se ven sombríos estepares, 
colinas con malezas y cambrones, 
y ruinas de viejos encinares
coronando los agrios serrijones. 
El loco vocifera
a solas con su sombra y su quimera. 
Es horrible y grotesca su figura; 
flaco, sucio, maltrecho y mal rapado, 
ojos de calentura
iluminan su rostro demacrado. 
Huye de la ciudad... Pobres maldades, 
misérrimas virtudes y quehaceres
de chulos aburridos, y ruindades
de ociosos mercaderes. 
Por los campos de Dios el loco avanza. 
Tras la tierra esquelética y sequiza
—rojo de herrumbre y pardo de ceniza—
hay un sueño de lirio en lontananza. 
Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano! 
—¡carne triste y espíritu villano!—. 
No fue por una trágica amargura
esta alma errante desgajada y rota; 
purga un pecado ajeno: la cordura, 
la terrible cordura del idiota.

Un loco,
Antonio Machado

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