Al poco tiempo de llegar a Buenos Aires, en 1909, el italiano Francisco Terencio Gianotti escribió que la ciudad le resultó "enormemente extendida, tanto como París (...) y su escenografía "edilicia existente tendrá que trasmutarse en edificios nuevos, modernizarse para poder satisfacer el incontenible progreso del país y la ambición de los porteños de poseer la urbe más grande y bella de Sudamérica".
El tiempo después de encargaría de que en uno de los edificios que este arquitecto recibido en la Academia de Bellas Artes de Turín construyó, confluyeran de alguna manera Francia y Argentina. Tal el caso de la Galería Güemes, una espacio por el que a diario circulan miles de personas que trabajan y visitan Buenos Aires o lo atraviesan a través de sus accesos por las calles Florida o San Martín.
¿Y de qué manera unen a ambos países esta galería? A través de tres nombres que están en la historia argentina: Carlos Gardel, Antoine de Saint-Exupéry y Julio Cortázar. Esta galería, nombre que en realidad engloba a un multiespacio con locales comerciales, oficinas y un mirador, fue durante mucho tiempo el edificio más alto de Buenos Aires. Y entre sus muchas características tiene, en su subsuelo, un teatro. Hoy funciona allí el Piazzola Tango, pero en mucho antes de eso, el lugar fue un burlesque en el que en la noche del 27 de febrero de 1917 actuó Carlos Gardel. Años después, entre 1929 y 1931, en el departamento 605, ubicado en el sexto piso de la torre Mitre de la galería, vivió Saint-Exupéry.
De dos ambientes, techo alto, sobrio y luminoso, ese lugar se exhibió al público en 2016, luego de que lo restauraran para mostrarlo tal como era cuando lo habitó el famoso autor de El principito. En su etapa Porteña, él se desempeñó como director de tráfico de la sede local de la Compagnie Générale Aéropostale de Francia, compañía de transporte de correo y de pasajeros que aquí se llamó Aeroposta Argentina.
Durante ese tiempo, Saint-Exupéry fue importante en el trazado de rutas aéreas de la Patagonia y en la prolongación de otras ya existentes. Hay una anécdota que se repite hasta el presente y que trata del cachorro de foca que trajo consigo de uno de sus viajes al sur y que supo tener “alojada” en el bañadera de ese departamento del sexto piso. Aunque dicen que él prefería ver las ciudades desde el aire y que no adoraba precisamente Buenos Aires, porque estaba deprimido, mientras vivió en Galería Güemes escribió su libro Vuelo nocturno, publicado en 1930, y también conoció a la salvadoreña Consuelo Suncín-Zandoval, una joven de 25 -divorciada y viuda- de quien se enamoró y con la que regresaría a Francia.
Algo más de tres décadas después de que Saint Exupéry dejara Argentina, Julio Cortázar conectó la galería Güemes con la parisina Vivienne, en “El otro cielo”, el último de los ocho relatos que integran el libro Todos los fuegos el fuego. “Hacia el año veintiocho, el Pasaje Güemes era la caverna del tesoro en que deliciosamente se mezclaban la entrevisión del pecado y las pastillas de menta, donde se voceaban las ediciones vespertinas con crímenes a toda página y ardían las luces de la sala del subsuelo, donde pasaban inalcanzables películas realistas”, escribe Cortázar en el mencionado cuento. Y también: “Mi novia, Irma, encuentra inexplicable que me guste vagar de noche por el centro o por los barrios del Sur, y si supiera de mi predilección por el Pasaje Güemes no dejaría de escandalizarse.” Así, con este texto de ficción la galería se ganó su lugar en la literatura.
Estos tres hechos que unen a Gardel, Saint-Exupéry y Cortázar hacen de Galería Güemes algo más que un pasaje que comunica dos calles céntricas. O como el acceso a uno de los miradores que Buenos Aires recuperó hace no mucho tiempo y que permite desde el piso 14, tener una imagen panorámica de la ciudad.
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