EL DUELO: SEGUIR SIN SABER CÓMO...
(Por Fernando D'Sandi )
Perder a alguien es como quedarse de pie en el andén de una estación donde ya no pasan trenes. Es el eco de una voz que ya no responde, el vacío de una mano que no vuelve a sostener la nuestra. Es un terremoto silencioso que derrumba todo lo que creíamos estable, porque la vida, con su absurda costumbre de continuar, no nos espera para entenderla.
El duelo no es una batalla, no es pelear contra la ausencia como si fuera un enemigo al que hay que derrotar. No se trata de ganarle al dolor ni de buscar la manera más rápida de salir del laberinto. El duelo es una mudanza forzada, una reubicación en un mundo que ya no tiene el mismo paisaje. Es aprender a vivir con un agujero en el pecho, sin pretender llenarlo de inmediato, porque algunos vacíos no son para ser ocupados, sino para recordarnos que hubo algo grande ahí.
Nos han hecho creer que el duelo es una escalera con peldaños que debemos subir hasta que un día, mágicamente, dejamos de sentir. Pero no es así. Es más bien una espiral, un camino confuso donde el ayer y el hoy se mezclan, donde el dolor, la nostalgia, la rabia y la gratitud bailan sin orden. Un día sentimos que avanzamos y al siguiente nos encontramos de nuevo en la primera página del dolor. Y eso está bien. No es un error, es la forma en que el alma se acomoda a su nueva realidad.
El dolor no es un enemigo, es un maestro cruel pero necesario. Nos arranca las certezas, nos deja desnudos frente a la verdad de nuestra fragilidad. Y en ese despojo, descubrimos algo poderoso: seguimos aquí. Respirando, amando, sobreviviendo. Porque, si no podemos estar con quienes amamos, entonces aprendemos a amar con más fuerza a quienes sí están.
No hay atajos. No hay fórmulas mágicas, no hay trucos que aceleren su proceso o eliminen el dolor . Solo el tiempo, la paciencia y el amor nos van mostrando el camino. Y aunque al principio todo parezca oscuro, aunque la vida se sienta en pausa, un día, sin aviso, una pequeña luz se cuela entre las rendijas. Y es ahí cuando entendemos que el duelo, aunque duele, no nos destruye. Nos transforma. Nos vuelve más intensos, más humanos. Nos enseña que la única manera de honrar a quienes se fueron es seguir viviendo, amando con más fuerza y recordando que aún con el alma rota, seguimos siendo capaces de construir belleza.
Porque la vida nunca nos pregunta si estamos listos para perder, pero sí nos da la oportunidad de aprender a seguir. Aunque no sepamos cómo.
Créditos: Fernando D'Sandi