El invierno más largo vive dentro...
A veces el amor no se rompe,
solo se va quedando quieto…
como una planta que nadie riega,
como una promesa que el invierno olvida.
María aún guardaba las cartas de Mateo en una caja de cedro,
bajo la cama.
Las leía los domingos,
cuando el silencio pesaba más que los recuerdos.
Él le prometió volver en primavera,
pero la primavera vino y se fue,
y solo quedó su ausencia helándose en las esquinas.
Cuando al fin regresó, sin avisar,
la encontró quitando las hojas muertas de la enredadera que habían plantado juntos.
Su abrigo olía a nieve… y a otra historia.
—No es lo mismo —dijo ella sin mirarlo—.
La planta murió.
Él quiso abrazarla,
pero el cuerpo de ella ya no hablaba el mismo idioma.
Sus dedos rozaron el colgante que le regaló:
un corazón de plata que antes se calentaba contra su piel.
Ahora estaba frío.
—¿Cuándo dejaste de quererme? —preguntó él.
María miró el jardín, las rosas dormidas bajo la escarcha.
—No fue un día —susurró—, fue un invierno.
Esa noche no lloró.
Encendió el fuego, arrojó la caja al centro,
y dejó que las llamas se tragaran cada promesa como si fueran hojas secas.
Afuera seguía nevando,
pero el frío más cruel no venía de la tormenta.
Venía de adentro.
Y al amanecer,
cuando el termómetro marcó diez bajo cero,
María entendió que el invierno más largo
no siempre se ve por la ventana.
¿Qué se hace con las promesas que ya no abrigan?
©Jose Luis Vaquero,
Sal fuera de ti