“El amor es de quien lo trabaja” se convierte, en un susurro poético, en una danza de gestos y palabras, una siembra constante de cuidados y sueños compartidos.
Es la mano que teje hilos invisibles entre las almas, entrelazando momentos en un tapiz de comprensión y generosidad.
No es un destello fugaz ni una chispa que se apaga con el viento, sino la luz cálida que crece con cada día, como una flor que se abre al sol, despacio, sin prisa.
Es la mirada que, sin necesidad de hablar, sabe comprender, el silencio que escucha y la acción que no espera recompensa. Así, el amor se convierte en un arte que se cultiva en la paciencia y florece en la entrega mutua.
Grecia Avalos
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