Todo memorialista deja en su obra, de mejor o peor manera, dibujos de las personas que conoció y dos autorretratos. El primero, pintado deliberadamente; el segundo, sin planear, involuntario. Una cosa está clara: el primero siempre es más provechoso que el segundo, pero el segundo es más fidedigno que el primero. Cuanto mejor es el escritor, más digna de atención es esta diferencia… El duque de Saint-Simon no era un ángel de la justicia en la corte de Versalles, aunque presumía de serlo y se las daba de ello. Era incapaz de perdonar las debilidades, los vicios, los errores o la iniquidad de ninguno de sus contemporáneos; sin embargo, él mismo permite que le veamos en situaciones en las que inequívocamente conspira, maquina, se pavonea y arrastra, da puñaladas por la espalda y pone la zancadilla, se mete en grescas por cualquier bagatela e infunde terror en las gentes menos despabiladas. Sin embargo, antes preferiría ser abogada que fiscal. Después de todo, no era más que el producto de una corte en la que no sabía cómo explotar la energía y el talento que reverberaban en su interior. Como es sabido, Luis XIV atrajo a sus sediciosos nobles hasta una jaula dorada. Gobernó solo con la ayuda de unos burócratas burgueses, mientras iba creando cargos ficticios, títulos e innumerables privilegios para la nobleza que nada tenían que ver con el oficio de gobernar y que no acarreaban ningún tipo de responsabilidad. Era una maniobra genial a corto plazo, pero a la larga resultó ser fatal y muy nociva para su querida monarquía. La desempleada nobleza comenzó a partir de ese momento a destacar por el sinsentido de su vacía existencia. Saint-Simon se dio cuenta de las ominosas consecuencias de esta farsa, pero fue incapaz de evitar convertirse en parte de ella. Acabó haciendo lo que el resto, justamente eso que le hacía reír y le irritaba: gritaba y se quedaba quieto, soltaba una risotada y se quedaba callado. En cierta ocasión copié una de las reflexiones de La Bruyère: «La corte no da satisfacciones e impide que las encontremos en cualquier otro sitio…». Perfectamente podría ser el epígrafe de estas memorias. Y puede que debiéramos contemplar este cómico drama desde una perspectiva diferente. Quizá determinados caracteres requieran necesariamente de la vida en la corte. Quizá Luis XIV fuera simplemente un bienhechor para todos esos frustrados, alguien que les estaba dando la oportunidad de desahogar sus penas en el horror de las falsas ambiciones y las torturas del protocolo. Siempre hay personas que solo se sienten felices cuando son infelices. O es posible que no sea ninguna de ellas. Dejemos tranquilo a Luis XIV; después de todo, no fue él quien inventó el modo de vida de la corte, sino que únicamente le dio un aspecto original. Las cortes existieron antes y después de él; sigue habiendo y habrá en el futuro. No confinemos tampoco a Saint-Simon, el espléndido escritor, a una única época, pues su estudio comprende todos los períodos históricos y razas gobiernos y especies, países y costumbres. Personalmente, no creo que haya ningún infierno más allá de esta vida. En cambio, sí creo que hay una gran variedad de infiernos que las personas crean para sí mismos o para otros. Y es necesario que todos esos infiernos estén clasificados según el modelo científico. El descrito por Saint-Simon pertenece a la familia de los infiernos voluntarios y a la subfamilia de los infiernos self-service. Está lleno de voluntarios y cada uno se encarga de echar más leña a su propio fuego.
Wislawa Szymborska,
El infierno del cortesano,
Sobre las Memorias de Saint-Simon.
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