Hay momentos en que estás cansada, en que sentís que no podés más, en que querrías decir todo lo que normalmente silencias; querrías expresarlo, aunque no tengas razón, aunque esté mal; veces en que te desespera la lentitud con la que cambian las cosas (o no cambian); en que te das contra muros de piedra; en que querés gritar, de puro enojo o cansancio.
En esos momentos hay que seguir, salir adelante, no “tirar la toalla”, porque al final las tormentas dan paso a tiempos tranquilos. Porque, pese a la lentitud, las cosas se mueven, y los muros siempre tienen alguna grieta.
Habrá que morderse la lengua a veces, porque hay palabras que no tiene sentido decirlas si sólo van a causar daño; y otras veces habrá que hablar, para buscar salidas a tantas pequeñas crisis cotidianas. Pero siempre seguir … seguir con tus proyectos, aunque no parezcan conducir a ningún lado.
Seguir adelante, en las relaciones importantes, en las búsquedas compartidas.
Seguir… aún cansada.
Seguir, sabiendo que, en tu debilidad, tu lucha y tu hartazgo, Dios te acompaña…
No dejar que lo sombrío te atrape. No dejar que las preocupaciones pesen tanto como para tapar la alegría que hay en vos.
No olvidar lo sencillo.
No dejar que lo urgente aplaste a lo importante.
Aceptar el esfuerzo como un camino.
Poner la cara a los problemas sin venirte abajo.
Sonreír, aunque cueste.
No caer en la acidez o el cinismo. No buscar culpables, sino soluciones.
Levantar la vista y ver más allá de lo que te pesa.
Llorar si te hace falta, pero para luego secarte la cara y seguir adelante, que tantos otros lloran, y tal vez sin vos no encuentren alivio.
Confiar en alguien, al menos un rato, y en Dios todo el tiempo.
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