No somos de hoy. Venimos del ayer, y desde mucho más lejos de lo que nos imaginamos. Nuestra memoria genética ya venía navegando en la sangre de nuestros padres y de nuestros abuelos. No sólo los rasgos faciales, el tinte de nuestra piel o el color de nuestros ojos. Traemos recuerdos enterrados ADN adentro, algunos ocultos a nuestra realidad consciente, y otros acollarados a la memoria gracias a lo que nos han contado y hemos escuchado en la intimidad de nuestro hogar. Pero también es cierto que lo que nos identifica y nos hace ser individualmente únicos y absolutamente nuevos es el beso de Dios que nos comunicó la vida y nos regaló un sueño que tenemos que cumplir. Con todo el bagaje heredado, Dios nos llama a construir con nuestra libertad personal una historia única e irrepetible que terminará por insertarnos plenamente en la totalidad del plan de Dios en su creación.
Si busco en mi pasado, no lo hago por nostalgia. Me apasiona el futuro. Me mueve la certeza de una esperanza que anida en el proyecto de Dios para mí. Algo que es intransferible, pero que tiene que ser compartido al vivirlo junto a los otros.
Mamerto Menapace
Del libro “La estrella y el árbol. Raíces y sueños”
@patriagrandeeditora
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