domingo, 8 de julio de 2012
LOS AZTECAS
Los aztecas fueron los últimos en llegar a la región de la meseta central de México. Ellos fundaron la capital de su civilización, Tenochtitlán, hacia el año 1325 de nuestra era.
Tenochtitlán estaba ubicada en una isla, en medio de los lagos que ocupaban en esa época el centro del Valle de México. A su alrededor, los aztecas habían hecho un sistema de diques y canales para evitar inundaciones.
Desde 1376 -fecha de la elección del primer monarca azteca- hasta 1520 -en que se produce la guerra con los conquistadores- este pueblo aumentó su dominio en la región sobre la base de una confederación integrada por tres ciudades: Tenochtitlán, Texcoco y Tacuba, cuyo poderío se extendió por el centro, sur y parte del este del actual territorio mexicano.
En la época de su último jefe, Moctezuma (1502-1520), los aztecas llegaron a su máximo esplendor. Sin embargo no eran una nación en el sentido moderno de la palabra: faltaba una verdadera unidad cultural, lingüística y social. Dentro del imperio, los pueblos sometidos debían pagar fuertes tributos, las sublevaciones eran frecuentes y el estado de guerra casi permanente.
El monarca («tlacatecuhtli», señor de hombres o de guerreros) era elegido por un consejo de grandes señores. Como jefe supremo ejercía funciones militares, civiles y religiosas, pero su cargo no era hereditario.
La sociedad
Estaba dividida fundamentalmente en dos estratos: los sacerdotes y los nobles, por un lado, y por el otro, los plebeyos. En el medio, se encontraban los artesanos y comerciantes. La unidad social más pequeña era la familia.
Varias familias formaban un «calpulli», que era una organización fundamental para la producción. La estructura social de la ciudad se sustentaba en 20 «calpulli», cada uno de los cuales elegía un jefe o «calpullec», cuya función consistía en proteger y defender su jurisdicción y en mantener al día el registro de las tierras pertenecientes al calpulli.
Otro importante funcionario, el «tecuhtli» era el encargado de dirigir las tareas policiales y el reclutamiento de los futuros guerreros, en tanto un sacerdote atendía todo lo relacionado con el culto religioso. Existía además un consejo de ancianos que asesoraba al calpullec.
Fue la cultura prehispánica que alcanzó mayor poderío económico y militar. La agricultura fue su actividad económica fundamental y el maíz, su alimento básico. La religión junto con la guerra fueron los pilares fundamentales de su brillante imperio.
Los mercados constituían grandes centros de intercambios. En ellos se concentraba toda la producción, a tal punto que su gran variedad, riqueza y colorido impresionaron vivamente a los conquistadores españoles cuando arribaron a Tenochtitlán.
La religión
Los aztecas adoraban a numerosos dioses. Eran politeístas, al igual que los mayas. En los dioses veían reflejadas sus ideas sobre la vida y los fenómenos naturales. Entre los más populares e importantes se encuentran el dios del Sol, Tonatiuh, y Meztli, la Luna; Huitzilopochtli, colibrí zurdo, dios principal de Tenochtitlán y deidad de la guerra; Quetzalcóatl, serpiente emplumnada, dios de los vientos.
Los aztecas tenían dos tipos de calendarios; uno se basaba en los movimientos del sol y se usaba para ordenar la agricultura. Tenía 365 días como el nuestro. El otro era un calendario ritual mágico y sagrado y según parece se guiaba por los movimientos de Venus.
Los templos se construían para adorar a los dioses. Estaban ubicados en el centro de la ciudad, frente al palacio real. Estaban hechos de piedra y argamasa, y cubiertos por fuera con figuras talladas en forma de pirámides con la cima plana. Cada 52 años se cumplía un ciclo del calendario azteca; con esa frecuencia ellos le agregaban a los templos principales una capa más y volvían a encender el fuego nuevo de la ciudad.
Los sacrificios
Al creer que los dioses regían las fuerzas universales era preciso que el hombre participara entregando su sangre como alimento de la divinidad a manera de compensación.
El sacrificio más común que efectuaban los sacerdotes, consistía en arrancar el corazón a la víctima, cuya carne después era comida. Había épocas consagradas a la inmolación de niños y mancebos. Se ofrendaban víctimas para solicitar de los dioses lluvias, buenas cosechas u otros beneficios considerados divinos
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