viernes, 2 de abril de 2010

Ser


Hay un cambio profundo en el paso de una atención controlada a una atención espontánea, no sujeta, expandida. En los Yoga Sutras, Patanjali formula la posibilidad del conocimiento liberador (tarakajnana) mediante un destello de luz sapiente (pratibah), a través del conocimiento intuitivo. Supone un estado que trasciende los demás, en el que la concentración (dharana), la meditación (dhyana) y la interiorización (samadhi) a partir de su dominio completo (samyama) conducen a un conocimiento de todo en conjunto (sarva), que deviene espontáneo y que medita –por tanto- en atman, el sí mismo, en la verdad plena de vivir “lo que es”. “A partir de ese destello iluminador [pratibah] el yogui lo conoce todo [esto es, al atman]”, señala Vyasa. Pues atman significa “yo” por encima del ego, conciencia del Sí mismo, no identificación con la individualidad que el “yo” ilusiona, sino experiencia en sí misma, observación entregada y fundida con lo observado.

Sin duda que puede el ser entregarse a su consciencia, en esa verdad tan relajante, tan interna. En la respiración se experimenta tal absoluto. Afirmó Kabir en absorción mística: “Dios es el aliento de todo lo que respiro”. La respiración se realiza a sí misma en un néctar de presencia, de auténtico ser no condicionado. Ya no queda nada por controlar, nunca hubo por qué controlar nada, la realización meditativa es profunda libertad: profundo hallazgo de la integración de las partes, de la unidad. En la exhalación -tras todo el conocimiento adquirido, tras toda la vida y experiencia adquirida- solamente hay la exhalación misma, purificación que guía al vacío a su origen; y luego de vuelta al nacimiento, la renovación, tras el encuentro previo con lo no nacido. Leemos en el Tao Te King: “Mantente vacío, y serás llenado”, en esa redentora experiencia de soltar, de relajar la mente de sus mareas, sucede que todo se reanima y vibra y amanece. Hay que repetirlo nuevamente: el ser nunca ha nacido ni nunca morirá, siempre lo supimos.

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