martes, 19 de enero de 2010
La noche - Francisco Luis Bernárdez
Dulce tarea es contemplarte, noche que me has
acompañado sin descanso.
Dulce tarea es contemplarte desde la tierra
con los ojos desvelados.
¡Por qué razón me da tristeza la muchedumbre
silenciosa de tus astros?
¿Cuán es la causa de mi angustia cuando me pierdo
entre tus mundos solitarios?
A la deriva por el cielo, son como buques
hace tiempo abandonados.
Van empujados por un viento desconocido
hacia países ignorados.
Hasta el fulgor meditabundo que los anima
es un fulgor desamparado.
Desde la tierra dolorosa presiento a veces
su clamor deseperado.
¿Serán como éste aquellos mundos, noche serena
que me llevas de la mano?
Al hombre triste le parecen que son felices,
porque siempre están lejanos.
Dulce tarea es contemplarte, noche que me has
acompañado desde niño.
¡Con qué impaciencia te esperaban aquellos ojos
en la plaza de Retiro!
Mi corazón de pocos años era pequeño,
pero estaba pensativo.
Aunque la sangre no se viera, posiblemente
ya estuviera un poco herido.
Mis compañeros se marchaban cuando agrandabas
el lucero vespertino.
Cuando los otros se alejaban yo me quedaba
para verte sin testigos.
Me impresionaba tu silencio; tu poderosa
inmensidad me daba frío.
Y sin embargo ya te amaba con una mezcla
de temor y de cariño.
Acaso el alma presintiera que su dolor y tu dolor
no eran distintos.
¿Ya no te acuerdas de mis ojos, de aquellos ojos
empañados sin motivo?
Dulce tarea es contemplarte, noche que me has
acompañado desde siempre.
Cuando las penas me agobiaban, tú me tenías
compasión y eras más leve.
Con tus estrellas numerosas ibas contando
mis heridas indelebles.
Algunas veces alcanzaban, pero eran pocas
tus estrellas otras veces.
Yo te bebía con los ojos como la tierra bebe
el agua cuando llueve.
Tenía sed de que me hablaras y me dijeras
el secreto de la muerte.
Tú sabes bien por qué se vive, tú sabes bien
por qué se goza y se padece.
Pero callabas y callabas, siempre encerrada
en tu silencio indiferente.
No sé por qué me aprisionabas entre oscurísimas
y altísimas paredes.
En La Calera y en tu sombra la voz del río
murmuraba dulcemente.
Dulce tarea es contemplarte, noche que me has
acompañado en este mundo.
Lo que esperé toda mi vida vino contigo para
siempre en un minuto.
Córdoba entera se apagaba con las campanas
temblorosas del crepúsculo.
Mi vida tiene desde entonces el corazón de una
mujer como refugio.
En esta lucha despiadada con el espacio y con el
tiempo estoy seguro.
Ya no me duele haber nacido y estar muriendo
bajo el cielo taciturno.
Porque el amor omnipotente le da sentido
verdadero a lo que sufro.
Dios no se olvida de los hombres, aunque parezca
muchas veces ciego y mudo.
Eras oscura como siempre, noche que viste
el nacimiento de mi júbilo.
Eras oscura como siempre, pero mi amor te iluminó
como ninguno.
Dulce tarea es contemplarte, noche que ahora como
ayer estás conmigo.
Y mucho más desde que siento que en otro ser
he descubierto mi destino.
Un regocijo sin fronteras al obstinado sufrimiento
ha sucedido.
¿Cómo no estar lleno de gozo cuando se sabe
la razón de haber nacido?
Por primera vez en este mundo sé que se puede
ver la dicha y estar vivo.
Dios ha querido libertarme, Dios ha querido
rescatarme del olvido.
Dime que sientes lo que siento, noche que vas
eternamente al lado mío.
Dime que sabes y comprendes lo que decimos
los que amamos y sufrimos.
Dime que ves, dime que escuchas a las mujeres,
a los hombres y a los niños.
Y luego cántame tus cantos hasta dejarme
poco a poco adormecido.
( Francisco Luis Bernárdez )
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