viernes, 23 de agosto de 2019

Iruya: un pueblo que desciende del cielo

Iruya es un pueblo de la provincia de Salta que está ubicado a 2780 msnm, sobre los faldeos orientales de la sierra de Santa Victoria, a 307 km de la capital salteña. Curiosamente, para conocer este fantástico lugar hay que llegar desde la provincia de Jujuy, luego de pasar Tilcara, Maimará, Huacalera y Humahuaca, ya que está dentro del perímetro de la reserva de biosfera de las Yungas.

A unos 26 kilómetros al norte, sobre la ruta 9, se abre a mano derecha, el camino de ripio que conduce a destino.
Todavía en tierra jujeña, hay mucho por desandar hasta subir hacia el cielo azul de un paisaje que, poco a poco, va perdiendo el verde para dar paso a los colores que anticipan el inicio de la Puna.
El recorrido se hace monótono hasta los 4.000 metros de altura donde, el Abra del Cóndor es la primera y única parada para estirar las piernas, preparar el mate y sacar alguna foto.
Luego comienza el descenso, cuando el valle se abre y parece nunca acabar. El ripio continúa, parece interminable, y luego de poco más de dos horas de serpenteante camino, con cornisas y barrancos de varios centenares de metros, entre quebradas y montañas de colores increíbles, el alma de Iruya comienza a asomar.
A 2.780 metros, este pueblo de arraigadas raíces collas, vive un boom turístico, aunque lucha por preservar su identidad. Hay que trepar sus empinadas calles de piedra, transitar ese singular lugar del Altiplano, enclavado entre altos cerros contra la quebrada del río homónimo que, en quechua, significa “confluencia de ríos”.
La iglesia San Roque y Nuestra Señora del Rosario, con su campanario de techo celeste muy fotogénico, es la carta de presentación, ya que es lo primero que se observa. Fundada en 1753, testimonia la fe de los habitantes.
Iruya es única, por su ubicación y por los colores que la rodean. Pero también es apreciable, más sutilmente, por las silenciosas callecitas empinadas y adoquinadas, flanqueadas por casas de adobe, piedra y paja.
Hay que caminar y disfrutar, nada más. Arriba, desde el mirador, se observa en plenitud y se puede entender porqué, en los últimos años, experimentó un crecimiento turístico difícil de procesar.
De pronto, los visitantes se multiplicaron a bordo de colectivos, cada vez más frecuentes, por el mismo camino de siempre, con muchos mochileros en busca del paraíso perdido entre los cerros.
Durante el día, en la altura, el calor es seco y el viento no falla. Es necesario aquietar el ritmo, levantar la cabeza y respirar aire puro. Mirándolo todo. Y aunque todo no es mucho, es suficiente para vivir la vida de otra manera.
Por ruta nacional 9, después de Humahuaca (último lugar para cargar combustible), hay un desvío a 26 kilómetros. Desde allí, los caminos son de cornisa y llegan a los 4.000 metros en el Abra del Cóndor. El camino es de ripio.

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