viernes, 21 de julio de 2017

Hay años para hacer preguntas y años para hallar las respuestas

A medida que uno avanza en este océano incierto, a veces caótico pero siempre maravilloso que es nuestro ciclo vital, se da cuenta de que hay años para hacer preguntas y años en los que se hallan las respuestas. Al final, tal vez sea cierto eso de que todo tiene su tiempo y cada cosa, su propio cielo bajo el cual, acontecer.
Desde el Budismo nos dicen que a veces, las personas buscamos aquello que todavía no estamos preparados para encontrar. Sin embargo, está en nuestros genes ser curiosos, está en nuestra mente el hacernos preguntas, desafiar los límites y dar significados a cada cosa, a cada hecho que en un momento dado nos envuelve o nos inquieta.
“Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron las preguntas”
Mario Benedetti
Las preguntas que se haga una adolescente al respecto de los misterios de su existencia no serán las mismas que quien ya ha llegado a la cuarentena y se halla, según Michael F. Steger, psicólogo y director del Laboratorio para el “Estudio de la Calidad de Vida”, en la etapa más creativa de su ciclo personal. Cada etapa tiene sus propias inquietudes, no hay duda, pero son esas dudas vitales las que dan energía a nuestros motores internos para seguir creciendo, para seguir transformándonos.
Asimismo, otro aspecto en el que deberíamos reflexionar es en cómo hallar las respuestas a todas esas dudas existenciales tan habituales en el ser humano¿Es esto todo lo que me puede dar la vida o me aguarda algo más? ¿Estoy preparado para hacer cosas mejores o debo conformarme con lo que ya tengo? ¿Es este el tipo de amor que merezco? ¿Por qué no he encontrado aún a la pareja perfecta?
Cuestiones como esta son sin duda las más comunes, los vacíos más familiares que habitan en toda mente, en todo corazón que anhela el perfume de algo más auténtico, de algo más profundo. Te proponemos reflexionar sobre ello.

Todas las respuestas se hallan en un rincón de calma

Decía Gregorio Marañón que en este mundo acabaremos con las enfermedades pero nos matarán las prisas. Vivimos en una dimensión acelerada. Tanto, que incluso no faltan los padres que anhelan que sus hijos se salten etapas, para asentar cuanto antes las competencias de lectoescritura o de matemáticas. Piensan, ilusos en muchos casos, que de este modo mejorará su rendimiento académico y, por tanto, tendrán el éxito garantizado. Un camino quizás llano en la imaginación, más complicado en la realidad.
Por otro lado, también se ha asentado en nuestro día a día eso llamado “prontomanía”: anticipamos el futuro sin vivir el presente, vivimos en un mañana que aún no ha sucedido porque nuestro aquí y ahora es terriblemente exigente. La prisa es ya un estilo de existencia que confiere prestigio, estatus. Si te detienes es que no tienes ideas, no eres productivo ni válido. Cuando en realidad, lo único que nos aporta este aceleramiento es una clara insatisfacción vital y muchas más preguntas que respuestas.
Vivir centrados en el mañana nos obliga a ser simples almas erráticas que no tienen una conciencia plena y auténtica del presente. En medio de ese desapego al “aquí y ahora” jamás hallaremos respuestas a nuestras necesidades vitales. Los años pasarán marcados por la incertidumbre y la frustración. La mente, y esto no podemos olvidarlo, necesita calma para conectarse con sus raíces, con el entorno, con nuestras emociones
Es ahí donde encontraremos las mejores respuestas, en ese lago de serenidad que caracteriza la mente relajada, esa que comprende que la auténtica excelencia está, a veces, en saber desconectar. Si aún no lo has logrado este año, apúntalo como propósito para el que está por llegar.

El sentido de la vida, cuestión de perspectiva

Viktor Frankl habló en su momento de la necesidad de que las personas adquiriésemos una conciencia intencional. Es decir, el simple hecho de tener un propósito y luchar por él, de creer en algo de forma plena y significativa ya nos permite transformarnos en seres más libres, responsables y vinculados a la realidad que nos envuelve. Tener un propósito vital ofrece un sentido y, a la vez, más de una respuesta.
Sin embargo, los sociólogos nos indican que las personas estamos influenciadas por los contextos que nos envuelven. La familia, la educación recibida y el entorno psicosocial, a veces, son los que nos inyectan esa conciencia intencional. Es algo en lo que debemos reflexionar. Porque entender cuál es la ventana desde la cual vemos y entendemos la vida, nos ayudará a conocernos mucho mejor y a hallar las mejores respuestas a nuestras necesidades.
Aquí te enumeramos una serie de enfoques que, de algún modo, sirven de encuadre para dar significado a muchas de las preguntas que nos hacemos en algún momento:
  • Hedonismo: vivir es ante todo disfrutar, centrar nuestra existencia en el placer.
  • Materialismo: el máximo propósito es conseguir cuantas más cosas mejor.
  • Altruismo: ofrecernos a los demás es sin duda nuestra principal necesidad en este caso.
  • El sensacionalismo: vivir es experimentar cuantas más cosas mejor, sean las que sean.
  • Psicologismo: aspiramos a nuestra realización personal según la pirámide de necesidades de Maslow.
  • Teísmo: nos enfocamos en una existencia basada según un código religioso o espiritual desde el cual, entender la vida y nuestras propia existencia hacia un propósito.
  • Amor: vivir es ante todo amar y ser amados.
  • Racionalismo: aspiramos a tener vastos y diferentes conocimientos.
  • Militarismo: vivir es luchar para sobrevivir, a veces contra uno o contra los demás.
Este listado no es más que un pequeño ejemplo de carácter orientativo. Somos nosotros quienes debemos encontrar ese sentido trascendente y especial que nos integre, que nos guíe para darnos las mejores respuestas al movilizar todos nuestros recursos psicológicos y motivacionales hacia esos propósitos.
¿Cuál es el tuyo?

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