domingo, 5 de junio de 2016

#NiUnaMenos - Un movimiento sin dueñas - Revista Anfibia

La segunda marcha “Ni una menos” fue masiva, y precedida por estadísticas poco alentadoras sobre femicidios. Niñas, adolescentes y mujeres murieron baleadas, apuñaladas, golpeadas, incineradas, asfixiadas. El reclamo de las víctimas de la violencia de género y sus familiares fue acompañado por una multitud que criticó la indiferencia del sistema judicial y criticó al Estado y a la policía.



Daniela Saavedra, una mujer de 50 años llega sola a la esquina de Rivadavia y Callao. “Lucharé hoy porque no quiero verte morir mañana. ¡Ni una menos!”, reza el mensaje escrito a mano en la cartulina verde fosforescente que cuelga de su pecho.

Recién son las tres de la tarde. Faltan dos horas para que comience la segunda marcha “Ni una menos”, pero ella decidió venir temprano. Camina de acá para allá con sus botas altas, el cabello rubio recogido y cubierta con un largo abrigo negro. Quiere que todos vean el mensaje que escribió esta mañana en su casa. Que sepan que está en la lucha:
Diana Sacayán fue la primera trans
—Vengo a apoyar como vine el año pasado, porque yo fui víctima de violencia de género y me da mucha pena lo que está pasando, cada vez que me entero de un nuevo femicidio me da una pena muy profunda.

Si es por eso, Saavedra pasó un año muy triste. Entre la primera y la segunda marcha contra la violencia machista, otras 257 mujeres fueron asesinadas en Argentina, la mayoría por sus esposos, novios, parejas, o ex parejas, y en su casa. Niñas, adolescentes y mujeres murieron baleadas, apuñaladas, golpeadas, incineradas, estranguladas, asfixiadas, ahorcadas, degolladas, descuartizadas, ahogadas o a machetazos.

Esta ama de casa se considera una sobreviviente gracias a que hace una década decidió separarse del hombre con el que estuvo casada durante 14 años. La golpeaba. “Un día tomé valor, dije basta, y me fui”, recuerda. Las lágrimas la obligan a hacer un pausa.

—Ahora vengo para estar con las chicas, con todas las chicas maltratadas.

Sólo basta con preguntarles a otras mujeres en la Plaza del Congreso si fueron víctimas de violencia machista para que el nudo aparezca en su garganta. Lucila, una estudiante universitaria de 22 años aprovechó la mañana para comprar una cartulina para escribir con letras de colores: “El feminismo no hace fuerte a las mujeres. Las mujeres somos fuertes. El feminismo trata de cambiar la forma en la que el mundo percibe esa fuerza”. Mientras la muestra con orgullo, cuenta que recién en la marcha del año pasado fue consciente del miedo que sufrió cuando un pretendiente la acosó en las redes sociales en venganza por haber sido rechazado.

—Lo más triste es que ni siquiera lo había podido decir, naturalicé sus agresiones, pero cuando se lo conté a mi mamá y pude llorar, ahí bajé a tierra.
Frente a la institución republicana que sanciona leyes, y representa tanto al “pueblo” en su Cámara de Diputados, como a las provincias en la de Senadores, las columnas de partidos, sindicatos, universidades, organizaciones feministas y de derechos humanos, grupos de amigos y amigas, parejas y familias comienzan a congregarse. Eliseo Ramírez, un vendedor de chipa, se ilusiona porque cree que podrá terminar su mercancía. Aclara que también se alegra porque apoya los derechos de las mujeres: “me parece bárbaro que hagan el ‘Ni una menos’, que se manifiesten así tantos, pero deben venir hombres y mujeres, ya no podemos creer que la mujer sólo sirve para estar en la casa o que es una propiedad”.

El mensaje, parece, está calando.


La segunda movilización “Ni una menos” se realiza precedido por cifras y casos nada alentadores sobre el combate a los femicidios.

El lunes, los medios informaron que Milagros Daiana Torres, una niña tucumana de 12 años, había sido asesinada por su expadrastro. El hombre la ató de manos y pies, le puso un trapo en la boca, la golpeó y la asfixió con un cable. Todavía no se sabe si fue violada.
Un día antes, la ciudad de Bahía Blanca ardió por el hallazgo del cadáver de Micaela Ortega, otra niña de 12 años que había desaparecido el 23 de abril. Más de un mes después, fue encontrada estrangulada. El asesino es un hombre de 26 años que la engañó por Facebook. Tampoco se sabe, todavía, si fue violada. La tenebrosa trilogía de niñas argentinas de 12 años víctimas de femicidio había iniciado el miércoles 25 de mayo, en Rosario. Guadalupe Medina fue golpeada, violada y estrangulada. El caso pasó desapercibido en los medios porque la niña vivía en una villa miseria. No hubo marcha popular ni demanda alguna de justicia. No era una Ángeles Rawson, porque hasta en los femicidios la clase social cuenta para provocar o no indignación mediática.


La violencia machista se multiplica en diversos niveles, por todas partes. La semana pasada, el gobierno nacional lanzó su segundo comercial de gestión, una campaña que busca continuar el slogan de unir a los argentinos. El primero fue el de la empanada, donde aparecen 12 hombres y tres mujeres: una campesina, una trabajadora de una estación de servicio (gasolinería) y una abuela. Los hombres son ganaderos, veterinarios, empresarios, comerciantes y camioneros. El segundo spot es sobre un alumno que mejora sus calificaciones. Las mujeres también son escasas y ocupan el rol de la maestra, la obrera, la mamá y la costurera. Los hombres, en cambio, son empresarios, ministros, gobernadores, intendentes y arquitectos. Tienen poder.

Los estereotipos de género impulsados por los publicistas oficiales desvalorizan a la mujer. Implican una violencia simbólica, como explica la organización Economía Femini(s)ta. Raro en un gobierno que tiene una vicepresidenta, una gobernadora y tres ministras, una de ellas candidata a ser la primera mujer en dirigir la ONU.
Pero el micromachismo ya no es tan impune. Hace un par de meses, un canal internacional con sede en Buenos Aires ofrecía un cargo de notera “femenina muy atractiva”, altura de 1.65 metros, no mayor de 30 años y “buena figura”. De formación profesional, ni hablar. Le llovieron las críticas en las redes sociales.

Esta semana, el caso más concreto fue el de la periodista Silvia Martínez Cassina, quien había terminado el noticiero del 13 con la frase “Y que siga la lucha” después de que su compañero Luis Otero hablara sobre Juana de Arco. Al otro día, una sección del diario Clarín le recordó: “Ojo con la lucha, Silvia, mirá que esa Juana de la que hablan terminó quemada en la hoguera”. Las muestras de solidaridad a la periodista se multiplicaron. Ella denunció “el apriete más obsceno, impune y misógino” porque el mensaje estaba relacionado con su compromiso sindical. Ante tanta presión, Clarín tuvo que disculparse por el “texto equívoco”.

A pocas horas de que empiece la segunda “Ni una menos”, el portal TN convoca a ir a “lo importante” y elegir “a la mejor entangada de la semana”. El alud de reclamos obliga a bajar de la web la inoportuna encuesta sobre mujeres que son tratadas como objetos. El reclamo no solo está fundado en la injusticia de los tribunales y del Congreso, también actitudes cotidianas, culturales, muchas veces alentadas por los medios de comunicación.


Los femicidios se fueron acumulando tanto en Argentina que una tarde de fines de marzo de 2015 periodistas, escritoras y activistas convocaron a un maratón de lectura en la plaza del Museo del Libro y de la Lengua, al lado de la Biblioteca Nacional. Fue una tarde gris. Sentado en un banco, con micrófono en mano, Jorge Taddei confesó que el asesinato de su hija Wanda, incinerada en 2010, lo transformó en un hombre feminista porque entendió el daño que provocaba la cultura patriarcal.
Algo similar cuenta este viernes Edgardo Aló, padre de Carolina, la joven de 17 años asesinada en 1996 de 113 puñaladas por su novio Fabián Tablada. Aló es el único varón en la primera y larga fila de familiares que encabeza la segunda marcha “Ni una menos”. Los periodistas se turnan para entrevistarlo. “Sin olvido y sin perdón”, dice una y otra vez con respecto al asesino de su hija, aunque fue condenado y sigue en prisión.

A su lado, decenas de mujeres víctimas de diferentes tipos de violencia sostienen la manta que resume el mensaje de la movilización: “Ni una menos. Vivas nos queremos. El estado es responsable”. Una de ellas es Carina Abreu, de 41 años, quien en 2015 sufrió un intento de femicidio cuando su esposo la roció con alcohol etílico y le prendió fuego. Con el 55 por ciento de su cuerpo quemado, lamenta que el gobierno no otorgue subsidios a las mujeres ni recursos para la creación de refugios a donde deberían acogerse quienes denuncian amenazas, como fue su caso. En resumen, que no haya una política de Estado.

Lo mismo denuncia Sara Barni, una mujer que pelea para que su exmarido, David Antonio Coronel, un policía de la Metropolitana, vaya a prisión por haber abusado durante cinco años de su hija. La violó de los nueve a los catorce años, y en cuanto la niña se lo contó, Barni lo echó de la casa y le prometió a su hija que todo iba a estar bien, que ya no tuviera miedo. “El ‘Ni una menos’ ayuda a la visibilización, pero no podemos quedarnos en una marcha, mientras no haya voluntad política de otorgar recursos a programas de prevención y atención para las víctimas esto no va a cambiar, pero nosotras seguiremos en las calles, exigiendo justicia”, dice cuando ya están por partir hacia Plaza de Mayo.

Delante y detrás de los familiares, que representan el grupo más importante de la marcha, se amontonan siglas de organizaciones y personas sin militancia orgánica. A las cuatro de la tarde, la convocatoria parecía mucho menor a la del año pasado, pero después de las cinco, la Avenida Rivadavia está colmada de gente, desde el Congreso hasta la Avenida 9 de Julio, y siguen llegando grupos por todas partes. Algunos llegan tarde: se los ve recién salidos de la oficina, sumándose.

Los problemas para comparar asistencia es que el año pasado el “Ni una menos” se convocó a un acto que no se movió de la Plaza de los Dos Congresos. Ahora fue una marcha y hay mucha dispersión por las calles, pero esa no es la única diferencia.


El maratón de lectura “Ni una menos” contra los femicidios de marzo de 2015 fue discreto, apenas catártico para quienes estuvieron. Un par de meses después, de vuelta, la conmoción: Chiara Páez, una adolescente de 14 años fue asesinada y enterrada por su novio en el patio de su casa, en Santa Fe. Estaba embarazada.
Twitter fue el escenario virtual para que periodistas, escritoras y activistas convocaran el primer “Ni una menos”. La marea de repudio social a los femicidios fue imparable. Y la organización del acto del 3 de junio, agotadora. Rumbo a la inédita movilización se agruparon y discutieron feministas de larga trayectoria y otras recién llegadas; algunas más mediáticas, otras con un mayor trabajo de base. En aras del consenso, las impulsoras de la legalización del aborto cedieron y esa añeja demanda no fue incluida en el documento final, que fue leído, en 2015, en un pequeño escenario que compartieron familiares de víctimas, organizadores, y artistas famosos.

La marea humana de aquel 3 de junio de 2015 desbordó la Plaza de los Dos Congresos y sus alrededores superó cualquier expectativa. No importó tanto el escrito oficial, porque cada mujer, cada grupo de amigas, cada familia, llevó su propio reclamo; propio y colectivo a la vez.

El “Ni una menos” se convirtió así en un movimiento sin dueñas.

La movilización tuvo impacto internacional. Tanto, que hasta Michelle Obama habló del “Ni una menos” cuando vino junto con su esposo en marzo a Buenos Aires. Después vino la campaña #ViajoSola en respuesta al asesinato de las dos jóvenes argentinas en Ecuador, a quienes se llegó a culpar de su propio crimen por no haber ido acompañadas por un hombre que las cuidara. Y la movilización en México, también inédita, al amparo del lema “Vivas nos queremos”, precedida por un”tuitazo” en el que miles de mujeres contaron su primer abuso. Desde violaciones cuando eran niñas, hasta interminables manoseos en la vía pública.



En una esquina, La Garganta Poderosa mostraba carteles que decían “¡El patriarcado al carajo!”, mientras que en las rejas de la Plaza un colectivo de mujeres exhibía pañuelos bordados por ellas mismas con mensajes machistas: “cállate que te gusta”, “dice que no pero quiere”, “a golpes se hacen hombres”, “las docentes planean su embarazo para cobrar planes”, “sos una malco” o “estás gorda”.


Los vendedores de camisetas reconocían que las más vendidas eran las de los dibujitos de Liniers y Maitena a propósito de “Ni una menos”. En el mar de siglas, las Mujeres de la Matria Latinoamericana se destacaron por su originalidad al vestir pelucas violetas y mostrar globos negros con los nombres de víctimas de femicidios. En originalidad también compitió un grupo que colgó zapatos de taco alto, chatitas, zapatillas y botas para representar la ausencia de las mujeres que ya no podrían ponérselos; con el mismo sentido, la red “La violencia siempre mata” mostró perchas con vestidos, polleras y camisetas que no volverán a ser usadas. El colectivo La Vaca realizó un inmenso mural de manos ensangrentadas, cada una con el nombre de las 257 mujeres asesinadas entre la primera y la segunda marcha.

El machismo es cotidiano, es “micromachismo”, es estructural, se tolera. La violencia simbólica y material pasa en la escuela, en el trabajo, en el periodismo y la publicidad. En la calle. En el poder judicial. En las comisarías. Y termina en femicidios. La diversidad de las demandas, la masividad de la convocatoria y la atención mediática demostraron, otra vez, que el “Ni una menos” es un movimiento colectivo abrazado por un amplio sector de la sociedad. La lucha no será solitaria.
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